domingo, 12 de julio de 2015

Historia: Real, Ilustre y Antigua Hdad.de Ntra. Sra. de la Soledad, Sto. Entierro de Ntro. Sr. Jesucristo y S. Francisco de Paula.

La fecha de la fundación de la Hermandad de Ntra. Madre y Señora de la Soledad se deduce de la concesión que el Magnifico y Reverendo Señor Padre Fray Pedro de Melgar, provincial de los Mínimos de Sevilla hizo a los Hermanos de la Cofradía de la Soledad, recién fundada, de la última Capilla de la Iglesia conventual de la Victoria, del paño del Evangelio, e inmediata a la puerta, para que en ella mediante ciertas condiciones, tuviesen sus imágenes, hiciesen cañones y celebrasen sus cultos. La carta esta fechada el 28 de Agosto de 1.566, y ésta podría considerarse como el año de su fundación.
La talla de Ntra. Sra. de la Soledad esta envuelta en una multitud de leyendas populares. En una de ellas, el escultor e imaginero Gaspar Becerra, bajo un encargo de la Reina Isabel de Valois, esposa de Felipe II, esculpió la imagen. Ésta iba a regalársela a la Orden de los Mínimos de Madrid y fue realizada allí en el año 1.563. Existe otra leyenda paralela a la anterior, en la que se cuenta que Becerra esculpió una imagen que no fue del agrado de Isabel, por lo que se tuvo que realizar otra imagen, siendo esta de extraordinaria belleza y magnificencia. El mayordomo de la Hermandad y miembro de la Inquisición Gonzalo Fernández del Pozo compró una imagen a la Orden de los Mínimos, estimando que sería la desechada por Isabel. Pero cuál fue la sorpresa de los hermanos de la Cofradía al ver que la imagen recibida era, por equivocación, la más bella de las dos, no siendo devuelta y perdurando con nosotros hasta nuestros días. 
Pero el documento más antiguo y fiable que se conserva acerca de la llegada de la Virgen a El Puerto data del año 1.637. Este trata sobre la llegada de la Virgen desde Madrid de manos del anteriormente citado Capitán Gonzalo Fernández del Pozo, inquisidor portuense y que fue donada por este a la Hermandad el 21 de Marzo, en una solemne procesión que se llevo a cabo desde la casa de este señor hasta el convento de la Victoria, haciendo entrega a la Hermandad conjuntamente con una saya, un manto y una corona. Por lo tanto, si la cronología no falla, la actual imagen de Ntra. Señora de la Soledad no pudo haber sido realizada por Gaspar Becerra; si atendemos a la muerte de este escultor en 1.577 y a la fecha de la llegada de la Virgen a El Puerto en 1.637, casi 60 años más tarde, se puede llegar a la conclusión de que la imagen actual de la Virgen de la Soledad no fue la primitiva con la que se fundo la Cofradía en 1.566; o bien si fue realizada por Gaspar Becerra, fue comprada en Madrid 60 años después de haberla realizado éste escultor.
La época de mayor esplendor de la Hermandad coincide con la de su ciudad, en los últimos sesenta años del XVII. El Puerto se convirtió en una gran ciudad, en una pequeña corte gracias en parte por ser la base de la Armada Real y a la residencia de su Capitán General de la mar océano, el Duque de Medinaceli. En el año de 1667 se data la fusión entre dos Cofradías portuenses, la de Nuestra Señora de la Soledad y la del Descendimiento. Esta Hermandad del Descendimiento poseía como titular un yacente de pelo natural y brazos articulados atribuido a Miguel Vallés, de la escuela granadina, datado en el siglo XVII. Sus brazos articulados permitían celebrar la ceremonia del Descendimiento, un rito que era practicado las mañanas del Viernes Santo en el humilladero del Calvario, situado en el olivar de la Victoria. Unos hombres representaban a Nicodemus y José de Arimatea, que iban desclavando a Jesús mientras un sacerdote realizaba un Vía-Crucis con los portuenses. A lo largo del año, el Cristo permanecía clavado en la cruz hasta este día, en el que tras la ceremonia citada antes, el Señor pasaba a ser depositado en una urna hasta después de la Pascua como yacente. Después de ser depositado en una urna, por la tarde se organizaba con gran solemnidad y recogimiento la procesión del Santo Entierro.
La primitiva Estación de Penitencia de la Soledad discurría en la tarde-noche del Jueves Santo, como lo demuestra este articulo de la concordia entre la Comunidad de la Victoria y la Hermandad, en el año 1.566: “otrosí en condicion que los frailes de dicho convento han de ser obligados a nos acompañar en la procesión que sea de hacer el Jueves Santo en la noche de cada anno.” Cuando se fusionó la Cofradía de la Soledad con la del Descendimiento, el itinerario y el día de salida fueron cambiados. El itinerario que mas se encuentra repetidamente en los libros de Cabildos es el siguiente: Después de la ceremonia del descendimiento se organizaba la procesión en la que tomaban parte los fieles que querían, los Hermanos de la Cofradía, la Comunidad de la Victoria, seis capellanes, la Cruz parroquial y una capilla musical. La urna del Señor era llevada a hombros por sacerdotes y la talla de la Virgen de la Soledad a hombros de los Hermanos revestidos con capirotes y túnicas. En algunos años que escasearon los Cofrades, la Virgen fue cargada por clérigos. La procesión bajaba por la calle Larga hasta la esquina de Belén (Palacios) y continuaba por esta misma calle hasta la Iglesia Mayor Prioral, en cuya plaza estaba preparado el túmulo en el que se depositaba la imagen del Señor, mientras los capellanes cantaban el oficio de sepultura, después del cual se seguía por la calle Vicario hasta Cielo y desde esta hasta la Victoria. Algunos años se invirtió el orden y otros en los que hubo que complacer a las Hermanas del Convento del Espíritu Santo, al llegar por la Cruz de los Calafates (Chanca) de vueltas por la estación, y se giraba por allí, para continuar por la Ribera, pasando por los muros del Convento antes de entrar en la Victoria. Una vez recogida la procesión y por orden del Duque de Medinaceli, las imágenes eran de nuevo instaladas en su Capilla anexa al Monasterio de la Victoria. Este rito pervivió todos los años hasta la marcha de la orden de los Mínimos del monasterio en 1.835.

Según un documento fechado en 1.680 y gracias a la magnificencia de Don Juan Francisco de la Cerda, este cedió a la recién creada Hermandad unos terrenos anexos a la Victoria para erigir en él la que sería la Capilla del Calvario. La Hermandad, deseando emular a las otras del Puerto que contaban con una Capilla propia que habían sido patrocinadas por personas de una alta posición social en la ciudad, concibió el proyecto de construcción de un nuevo templo, fuera del cuadro de la Victoria y que tendría campanario, coro y puerta independiente y que contaría con la cooperación del alférez Don Francisco Fernández de Córdoba, el más ilustre y esplendido de sus bienhechores; una empresa en la que se consumieron no pocas limosnas y legados, consiguiendo al cabo de mas de 125 años ver cubierta la bóveda. Culpa de este retraso lo tuvo también la breve invasión de El Puerto en el año 1.702 por las tropas del Archiduque Carlos, y en el que las tallas de los titulares de la Hermandad fueron arrastradas por las calles de la ciudad. Fueron rescatadas por el Capitán Francisco Franco, que las recogió en su casa para luego depositarlas en el Convento de San Antonio el Real de los Descalzos, hasta que pudieron ser restituidas a la Victoria. El Monasterio sufrió el expolio de las tropas invasoras anglo-holandesas y como no, también fueron expoliados todos los enseres que la Cofradía disponía. Pasado este trance por la Hermandad, el primer Marques de Purullena Don Agustín Ramírez, ofreció terminar la Capilla a sus expensas si se le concedía el Patronato de la misma, pero la casa ducal de Medinaceli, alegando sus derechos patronales sobre el Monasterio se interpuso a dicho acuerdo, truncando el deseo de la Cofradía, que hubiera tenido mucho que perder si hubiera entablado un pleito con los Medinaceli. Pero la Capilla no llego nunca a inaugurarse por culpa de la invasión francesa que saqueó el monasterio el día 5 de Junio de 1.810. Esta vez las imágenes se pudieron salvar trasladándolas al Convento de San Agustín, donde permanecieron 5 años refugiadas. En este expolio perdió la Cofradía la totalidad de sus enseres, quedando la Capilla destrozada y los huesos de los Hermanos difuntos diseminados por la nave de la iglesia. Durante los años de ocupación francesa, el Hermano Mayor de la Cofradía era Don José Rodríguez Salas, que fue elegido en cabildo en 1.791 hasta el año de su muerte en 1.838. Dentro de estos 47 años como Hermano Mayor, queda la reconstrucción del Monasterio de la Victoria, que supuso un gran esfuerzo económico para esos años de post-guerra. El coste de las obras ascendió a 17.480 reales de vellón, en las que se pudieron estrenar una nueva reja de hierro para guardar la capilla, un retablo y un altar nuevo. Restos de la capilla derribada en el tumultuoso siglo XIX pueden aun verse en uno de los muros del templo de la Victoria y por los detalles decorativos que allí se aprecian, bien pudo haber guardado semejanza con las Capillas del Sagrario y la Patrona de la Prioral.

Pero tras la muerte del Hermano Mayor, la situación de la Cofradía fue crítica y durante tres años no se tiene noticias de la vida de la Corporación, hasta que el pequeño grupo de Hermanos que quedaban, reunidos en Cabildo general, decidieron restaurar la Cofradía, que se encontraba en San Joaquín. Al año siguiente, el 8 de Febrero de 1.842 se celebró un Cabildo de elecciones, en el que se eligió a Don Joaquín José Micón como nuevo Hermano Mayor. De este señor se sabe que era una persona opulenta y de antecedentes piadosos. Era de origen francés, pero no de los invasores, sino de una familia mucho más arraigada en nuestra comarca desde el siglo XVI por la industria del vino. Gracias a la elevada situación económica de este nuevo Hermano Mayor, en Agosto de 1.848, la Hermandad obtuvo el título de Real, que le fue otorgado gracias a la concesión de la Infanta Doña Luisa Fernanda de Borbón, Duquesa de Montpesier, que era hermana de la Reina Isabel II, gracias a este empuje restableció el culto asiduo y constante en la Victoria, donde se había establecido un noviciado de la Compañía de Jesús. Se volvieron a celebrar el jubileo de cuarenta horas en honor a sus titulares y la procesión del Viernes Santo por la tarde. En esta época, como en otras muchas Hermandades portuenses, se creo el llamado “compromiso de beneficencia”, una sociedad de socorro para los Hermanos de la Hermandad en los que se les ofrecía atención médica. Este “seguro médico”, vino a desnaturalizar el sentido piadoso que tenían las Hermandades del Puerto, atrayendo a muchas personas de un espíritu que no era el mas aconsejado para una Cofradía.

Debido a la revolución republicana del año 1.868, la Hermandad, como tantas otras en El Puerto de Santa María, tuvo que abandonar el Monasterio de la Victoria. Las Sagradas Imágenes Titulares fueron escondidas en la casa del Mayordomo de la Hermandad D. Rafael López Ubiña, que se jugó la vida, por miedo a represalias por parte de los republicanos para con las imágenes. En atención a esta labor que realizó esta persona y su familia ostentaron por largos años el titulo de camaristas de la Hermandad. Allí permanecieron ocultas varios años sin hacer Estación de penitencia, aunque se les trasladaba secretamente a la Iglesia de las religiosas capuchinas por la Pascua de Resurrección. En el año 1.875 cuando los ánimos se hubieron calmado en la ciudad, la Hermandad decidió el 26 de Mayo trasladar entonces las imágenes a la Capilla del Rosario de la Iglesia Mayor Prioral para ya no abandonarla.

Fue a principios del siglo XX cuando desapareció el compromiso de beneficencia de la Cofradía, volviendo ésta a su carácter piadoso. Se llevaron a cabo obras de adecentamiento en la Capilla, todo ello gracias a la actividad y buen celo de su Mayordomo, el presbítero Don Luis Cerezuela. En el año 1.926 la talla del Stmo. Cristo Yacente fue restaurada, y le fueron fijados los brazos por el escultor Juan José Botaro. También se le reformo el pelo, que era natural y le llegaba hasta la espalda, tallándole el imaginero una cabellera nueva en madera. Una vez acabada la restauración, la imagen del Cristo fue sacada en solemne procesión de la casa del escultor y fue depositada de nuevo en su capilla de la Prioral.

La imagen de Ntra. Señora de la Soledad ha sido siempre muy venerada desde sus principios por todos los portuenses, siendo los religiosos de la Victoria quienes propagaron su culto por la ciudad. Ellos consideraban a la Virgen como parte de su patrimonio espiritual, pero desde que la imagen fue por primera vez profanada y arrastrada por las calles de El Puerto, su devoción popular aumento considerablemente hasta nuestros días, bien entrados ya en el siglo XXI.
Con respecto a la Estación de Penitencia, esta Corporación siempre procesionó en Viernes Santo, exceptuando el período desde 1956 hasta 1980.


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